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Paco y el Bachiller

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Primero de bachiller seguí cursándolo en las Escuelas Teide, las de don Esteban y sus hermanos. Parece que al tratar con futuros bachilleres la cosa, en cuanto al maltrato físico, se iba suavizando un poco. Poca historia. Aprobé en junio. Todo menos el Dibujo, asignatura que tampoco aprobé en septiembre y que significó el verdadero muro en mis años de bachillerato: siempre pasaba el curso arrastrando el Dibujo del curso anterior. Segundo lo hice en el Instituto Lluís Vives, ya en Valencia. Había que formar en el precioso claustro del antiguo convento de agustinos y cantar el 'Cara al sol' todas las mañanas antes de entrar en el aula. De ese curso no recuerdo a ningún compañero, es más, no recuerdo casi ningún momento. Esforzándome, puedo entrever los partidos de fútbol en el patio, con balones hechos con las hojas del diario donde nos habían envuelto los bocadillos del desayuno, y, también, como escondíamos entre las ramas de la buganvilla que rodeaba el edificio los restos d

Paco y la escuela

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Mi primera escuela fue la de la señorita Angelita. A los cuatro años. El colegio consistía en un aula para las niñas y otra para los niños. No había distinción de edad ni plan pedagógico alguno. El objetivo era asimilar lo que la señorita Angelita podía enseñar, que debía de ser muy poco, ya que, con apenas siete años, la buena mujer les dijo a mis padres que yo ya había conseguido el objetivo y por lo tanto había de cambiar de escuela. La señorita Angelita nos daba leche en polvo, del Plan Marshall, a media mañana, y tenía un sacapuntas gigante en su mesa. Con ella jugábamos a descubrir América. Los alumnos más aventajados formaban tres círculos, que eran la Santa María, la Pinta y la Niña, dentro de cada círculo iban los tres primeros de la clase, que eran los comandantes de cada nave. A mí me gustaba ir en la segunda, porque así era Rodrigo de Triana y podía gritar "tierra a la vista". Los más pequeños o atrasados hacían de indios, los cuales formaban un grupo al fondo del

Paco y el C.A. Casas Bajas

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Uno de los objetivos que nos hemos trazado Pili y yo es verle hasta el culo a la ciudad de Valencia; el otro es visitar todos los pueblos del País Valenciano. Ambos, lo sabemos, son casi imposibles, pero vamos avanzando. Hoy le ha tocado el turno a Benimàmet, una de las pedanías del Cap i Casal. Benimàmet nació, como casi todos los pueblos del País, como alquería musulmana. Benimahabet puede ser fuera su primer nombre. Y como alquería de Valencia permaneció hasta 1835 en que obtuvo independencia municipal. Esta independencia sólo durará 47 años, ya que Valencia, ante la necesidad de ampliar su perímetro, se anexionó, en 1882, este y otros pueblos de los alrededores. Ya en el siglo XX, la proximidad al centro de la capital -apenas una legua- convirtió Benimàmet en lugar de esparcimiento para la burguesía valenciana. De esta manera el pueblo se llenó de villas y chalets modernistas, de los que se conservan todavía un buen número, si bien la piqueta ha arrasado muchos otros. En 1996 aú