Paco y el C.A. Casas Bajas


Uno de los objetivos que nos hemos trazado Pili y yo es verle hasta el culo a la ciudad de Valencia; el otro es visitar todos los pueblos del País Valenciano. Ambos, lo sabemos, son casi imposibles, pero vamos avanzando. Hoy le ha tocado el turno a Benimàmet, una de las pedanías del Cap i Casal.

Benimàmet nació, como casi todos los pueblos del País, como alquería musulmana. Benimahabet puede ser fuera su primer nombre. Y como alquería de Valencia permaneció hasta 1835 en que obtuvo independencia municipal. Esta independencia sólo durará 47 años, ya que Valencia, ante la necesidad de ampliar su perímetro, se anexionó, en 1882, este y otros pueblos de los alrededores. Ya en el siglo XX, la proximidad al centro de la capital -apenas una legua- convirtió Benimàmet en lugar de esparcimiento para la burguesía valenciana. De esta manera el pueblo se llenó de villas y chalets modernistas, de los que se conservan todavía un buen número, si bien la piqueta ha arrasado muchos otros. En 1996 aún se intentó reconquistar la independencia, pero la empresa no tuvo éxito.

La Volta a peu a Benimàmet solía ser la última del Circuito de Carreras Populares de Valencia y, por ello, el C.A. Casas Bajas aprovechaba para hacer la comida de confraternidad.

Hubo una edición en la que, bajo la lluvia, gané a Maxi. No lo reseño por presumir, si no por lo insólito del hecho. Y aclaro que eso pasó porque Maxi llegó un poquito tarde a la salida. Pero él, con esa bonhomía y buen humor que le caracterizan, me acompañó, después del almuerzaco, al coche y una vez allí, él y sus hijos, Maxi y Marc, (los jarquitos, como los llamamos cariñosamente), me hicieron, continuaba lloviendo, el pasillo de honor como ganador. Pequeñas cosas que se quedan en el corazón para siempre.


La de 2012 fue especial. Había venido mi cuñado (en adelante el Ñao) a correr y era la primera vez que Àngela la corría. Llegamos con tiempo de sobra a la Feria de Muestras, donde nos daban los dorsales. Estuvimos haciéndonos fotos y paseando hasta la hora de la partida. El Ñao y yo estábamos convalecientes de sendas lesiones y decidimos ponernos a rebufo para, simplemente, terminarla.

Àngela dijo que se apuntaba a correr con nosotros siempre que de verdad el ritmo fuera lento. Así fuimos hasta más o menos la mitad de la carrera. El Ñao se empezaba a encontrar bien; yo me sentía fuerte; Ángela decidió quedarse con Emma, a la que acabábamos de dar alcance. Juntas llegaron al Velódromo Luis Puig, donde estaba la meta. Nosotros dos, creciditos, comenzamos a adelantar corredores. A unos quinientos metros de meta veníamos lanzados y pasamos a dos compañeros de equipo; uno veterano, el otro debutante. Éste al vernos pasar: vamos por ellos; el veterano: a éstos no los coges tú. Él sí, él nos habría pillado y superado; Paco Clip tenía mucha calidad, pero, al igual que nosotros, no venía a las carreras a competir. No obstante, la pretensión del novato nos espoleó y entramos en el velódromo eufóricos. A esta euforia también contribuía la espectacularidad de la llegada: los familiares y amigos de los cientos de participantes llenaban las gradas y nos estimulaban con su griterío mientras hacíamos la vuelta triunfal que había que dar a la pista antes de pisar la línea de meta.


Como a continuación teníamos cena, había que ponerse guapos. Y allí no había duchas. Entre los coches, auxiliados por Pili e Iratxe, nos quedamos en pelotas, nos echamos unas botellas de agua por encima, nos secamos como pudimos, nos pusimos ropa seca y limpia, nos peinamos, nos perfumamos y nos fuimos al bar, más bonitos que un Sanluis. 

Unos años antes, en un giro del Paso Ras al Puerto de Valencia, me crucé con Maxi. Llevaba una camiseta de tirantes blanca en la que había estampado el nombre de su pueblo: Casas Bajas. Corrimos los diez kilómetros en las últimas posiciones, cómodos, divirtiéndonos. Al enfilar los últimos metros, el animador: aquí llega Maxi, del Casas Bajas. La peña aplaudiendo y aclamando a Maxi. Él saludando con absoluta naturalidad. Yo, perplejo, no podía imaginar que aquella camiseta sería el embrión de la mayor acción publicitaria que, estoy casi seguro, ha experimentado aquel pueblecito del Rincón de Ademuz. Sin que al ayuntamiento le costara un céntimo.



Meses después recibí una camiseta rosa con la inscripción 'C.A. Casas Bajas' y una nota firmada por Maxi: aquí tienes la camiseta de tu equipo. Si quieres, te la pones en las carreras. Lo mismo había hecho con Alfre, su compañero de despacho. Alfre con Auxi, su mujer, y Pepa, su cuñada. Auxi con Montse. Montse con Emma. Emma con... La bola crecía y crecía. Los González, sin ir más lejos, constituimos un fuerte bastión: Kike, Àngela, Maria, el Ñao -que exhibía por cartageneras tierras el nombre de Casas Bajas--, Miquel y Lluna han participado en decenas de carreras luciendo el “rosa casasbajas”, Pili ha vestido la camiseta, en su papel de groupie del equipo.


El ser humano tiende a agruparse, a buscar compañía. El grupo apoya, acerca, fortalece, unifica (y reafirma) criterios, obvia las diferencias; en resumen: dentro del grupo uno se siente querido e importante. Por eso, aquel heterogéneo grupo de gente, que lo único que teníamos en común era la afición a correr, se convirtió en un grupo de amigos. Durante unos años fuimos una piña. Compartíamos entrenamientos, vueltas a pie, maratones, viajes, hoteles, besos y abrazos. Los grupos de Facebook y de WhatsApp hervían. Amistades efervescentes, que, al igual que subieron se diluyeron.


Poco a poco, los abandonos individuales de la carrera a pie: lesiones, edad, hastío... dieron paso a la falta de comunicación en el grupo. Y es lógico, ya que las conversaciones entre la mayoría de las personas del equipo eran sobre minutos, trayectos, contracturas, fisios, etc., y eso deja poco poso. Hubo, ¡claro!, una reducida pandilla con la que había otras afinidades y con la que los temas de conversación eran más variados, más íntimos. Pero también el paso del tiempo ha disuelto ese grupito.


Aparte del afecto con que recuerdo aquellos años y a aquellas personas, que, ¡todas!, tanto me enseñaron sobre compañerismo, sobre generosidad y sobre afán de superación, ¿qué ha quedado? Pues eso: enorme gratitud a la época y al equipo y un póquer de lo que pueden llamarse con propiedad amigos, amigas; esas que sabes que siempre estarán, por mucho tiempo que pase sin saber nada de ellas.

Y unos abrazos de río que (también) la puta pandemia nos ha robado.

Malilla, veintisiete de mayo de 2021

 

Comentarios

  1. Qué bien escribes, Paco.

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    1. Cuando las cosas se hacen con gusto, salen solas. Un beset.

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  2. Ay amigo, puede que las conversaciones se diluyeran, pero en mi corazón quedáis, quedamos, cada uno de los miembros del equipo para siempre. Todas mis parejas de correr, todos vosotros, "los buenos", las chicas que se hartaron de ganar trofeos y las que no ( fuimos el equipo con mas representación femenina del circuito durante unos años)... Teruel, El Peloto... Has abierto mi cajita de Pandora del correr y me has alegrado el dia, porque cuando pienso en Casas Bajas, igual que cuando te leo, se me alegra el alma.
    Un abrazo fuerte.

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    1. Ha sido un bonito ejercicio escribir este relato. Los recuerdos acudían en catarata y con ellos las emociones. Fue una preciosa época. Y es bonito recordarla. Y es bonito tenerte siempre.
      Un besote

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  3. Siempre he sido reacio de pertenecer a algún equipo/asociación o asimilado, pero con el C.A. Casas Bajas fue diferente, las personas que lo formaban y el ambiente que se respiraba en él en las pocas carreras que pude participar junto con sus componentes en Valencia me hizo sentir muy orgulloso de poder llevar la camiseta representativa del club en las diferentes competiciones que hice en la Región de Murcia.
    Una gran época y unos grandes componentes.
    Un fuerte abrazo virtual a cada uno de ellos y ellas

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    1. Estos son los momentos que vale la pena conservar y revisitar: los buenos.

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