Paco y el 23F
Pili trabajaba cuidando una niña en una casa de la avenida del Puerto. Yo estaba dando un paseo con María. En la calle de Ramiro de Maeztu, a la altura de donde estaba 'Primitivo en Ballestas' --siempre me llamaba la atención aquel nombre--, nos encontramos con Rafa Albert. Muy alterado, le quitó a María --que estaba a punto de cumplir un año-- casi a tirones la chapita de 'Nuclear no, gracias', que llevaba prendida al abriguito.
--¿Estás loco?
Quita eso a la niña, ¿quieres que te detengan?
Rafa, desde que
en una manifa la policía le reventó un ojo de un pelotazo de goma, veía
peligros y conspiraciones por todas partes. Por eso pensé que era una de sus
paranoias. Pero cuando me dijo que la guardia civil había asaltado el Congreso,
me fui a casa mi madre, ya que el plan era esperar que Pili saliera de
trabajar, a las nueve de la noche, cenar allí y al acabar irnos a casa.
Llamé a Pili para
informarla y para ver si podía salir antes, con el fin de irnos a casa antes de
que comenzara el toque de queda que los golpistas habían decretado, pero su jefa
no estaba y ella estaba sola con la niña. Así que no quedaba otra que esperar,
mirando las noticias en la tele. María, entre tanto, jugaba con Aitor. Al
verlos tan inocentes, ajenos a todo, dejé escapar dos lagrimitas. Era la
primera vez que temía por el futuro de mi hija.
Cuando se hizo la
hora de la salida de Pili ya había toque de queda. Sin embargo, fui a recogerla
al trabajo con María como coartada para saltármelo. Pensamos que a un hombre con
un bebé tan pequeño lo más que podían decirle era que se marchara a casa.
Como vimos la
avenida del Puerto muy tranquila y sin signos --aún-- de ocupación militar,
decidimos mantener el plan inicial: cenar en casa de mi madre y dormir en la
nuestra. Mi madre y mis hermanas se opusieron, preferían que nos quedáramos a
dormir. Pero, aunque nuestra época cenetista había terminado, en casa había
mucho material comprometedor y era aconsejable volver, a pesar de la
prohibición expresa de circular por la ciudad.
En el puente del
Ángel Custodio fue donde vimos los primeros movimientos. A ambos lados del
puente había algunos nidos de ametralladora y soldados vigilando. Nos pararon, se
nos acercó un soldado, nos hizo el gesto de bajar ventanilla. La bajé. Metió la
punta de la escopeta dentro del coche. Sin apuntar a nadie, pero la metió.
--¿Dónde van
ustedes? ¿No saben que hay toque de queda?
-- No, no
sabíamos nada.
--Pues lo han
dicho por todas las emisoras de radio y por la televisión.
--Es que venimos
de viaje y no llevamos radio en el coche.
Metió la cabeza y
al ver a María dormida en brazos de Pili, nos dejó marchar; no sin advertirnos
que permanecer en la calle era peligroso.
A pesar de ello,
--la curiosidad podía más que la prudencia-- aún decidimos hacer un rodeo y no
ir por Peris y Valero, que era el camino más corto. Al girar a la Gran Vía Pili
vio, a lo lejos, un tanque. Acojonados, tiramos para casa sin más dilaciones.
Una vez allí pusimos la radio y empezamos a apartar cualquier documento,
revista, libro, carnet, insignia, etc., que pudiera comprometernos si la locura
triunfaba. Aunque, como ya he dicho, nuestra militancia en la CNT había
terminado hacía tiempo, en los archivos del sindicato estaba nuestra filiación.
*****
Cuando ingrese al
sindicato todavía era clandestino. Había que llamar a la puerta de una planta
baja de la avenida de la Constitución --entonces Ramiro de Ledesma-- y esperar,
con un determinado periódico en la mano, a que alguien saliera a verificar
nuestra pureza de sangre anarcosindicalista, para franquearnos el paso. Yo
llegué con Santiago. Dentro estaban Marisa y Pili.
Aunque éramos
contrarios a la legalización del sindicato, porque nos veíamos venir lo que
vino con ella: la aceptación y la integración de las reglas de juego de un
sistema que rechazábamos de plano, aceptamos democráticamente la voluntad
mayoritaria y trabajamos seriamente en la consecución del proyecto anarquista;
en el que creíamos.
Cada tarde,
después del trabajo, íbamos al sindicato y nos dedicábamos principalmente a la
emisión de carnés a los nuevos afiliados, que acudían a montón después de la
legalización. Nos permitíamos, motu proprio, desviar hacia otros
sindicatos a aquellos que no sabían qué era la CNT --o venían porque su abuelo
había militado en tiempos de la República-- y pensábamos que estarían mejor
encuadrados en organizaciones más afines a las sus ideologías y, de paso, no
entorpeciendo en nuestras filas. Esto no era muy del agrado de algunos compañeros,
que pensaban que cuanto más mejor. Y que no eran otros que aquellos que
pretendían progresar más en la política que no en el sindicalismo. Cuando era
preciso íbamos a las empresas que se encontraban en conflicto --huelgas, encierros,
etc.--, para apoyar los compañeros en sus reivindicaciones. Fuimos parte activa
del primer mitin que, el 28 de mayo del 77, dio Federica Montseny dentro del
estado español cuando volvió del exilio. En estos días de intensa dedicación
empecé a admirar la capacidad de entrega y organización de Pili. De hecho, fue
una pieza sustancial, ya que, aparte del trabajo previo, en el que se dejó la
piel, estuvo asistiendo a la anciana desde la llegada a Valencia hasta que
salió de la plaza de toros de Valencia, donde se dirigió a más de 30.000
personas. También estuvo en la organización del viaje a Barcelona para asistir
al mitin de Montjuïc, el 2 de julio de ese mismo año. Diez meses después nos
casaríamos, pero entonces no lo sabíamos todavía.
Yo mismo fui
brevemente secretario de organización del Sindicato del Metal. En este cargo,
que me ponía en contacto con órganos más decisorios que el sindicato base, me
di cuenta que había dos cenetes. Aquella que protagonizamos miles de jóvenes
entusiasmados con la utopía anarquista y la que acabarían reventando arribistas
que la usaron como trampolín para sus carreras políticas. Dimití en la tercera reunión
del Comité Intersindical a que asistí. Mientras tanto, estos individuos, muchos
de ellos quintacolumnistas del PSOE de Felipe --que nunca permitió que nada
creciera a su izquierda-- progresaban en las filas socialistas, en las que
pronto los vimos ocupando cargos en ayuntamientos y diputaciones. También
fascistas y policías encubiertos, que se encargaban de agitar la masa e incitar
a la violencia en las manifestaciones, a fin de criminalizar el movimiento
obrero y, de paso, ficharnos como elementos subversivos. ¿Os suena de algo de
la actualidad?
Fue nuestro
primer desencanto con el sindicato. Y el inicio de un progresivo aislamiento,
que creció cuando nos declaramos simpatizantes de la FAI. La CNT, entonces, no
sólo se había trufado de socialistas ambiciosos y fachas boicoteadores; también
los cristianos amarilleaban por allí, abominando de la palabra --y la ideología--
anarquista.
En agosto Santiago, Marisa y yo nos fuimos de viaje por la cornisa
cantábrica. Pili, a pesar, que desde que habíamos entrado en la CNT, los cuatro
éramos un equipo en el sindicato, y fuera de él un grupo de amigos casi
inseparables, no vino. Al volver del viaje corté con Marisa. Roto el grupo,
Pili y yo --ya casi fuera del sindicato-- reforzaremos nuestra amistad. Medio
año después nos casaríamos, pero entonces aún no lo sabíamos.
*****
Volvamos ahora a
aquella noche del 23-F, la cual pasamos intentando ocultar lo que nos pudiera
comprometer si volvía a instaurarse una dictadura. Separamos aquello con lo que
habría que hacer una falla, lo que saldría por la ventana, en caso de que nos
golpearan la puerta y escondimos lo que, a pesar de todo, conservaríamos.
Con la salida del
jefe del estado impuesto por el dictador a hacer lo que --si realmente hubiera
querido salvar la democracia y no su culo-- debía haber hecho a las seis de la
tarde, dimos por cerrado el episodio. Podíamos deshacer los montones y
conservar los recuerdos y fetiches de una parte de nuestra juventud y de
nuestras ilusiones que nos negábamos a perder; y que no hemos perdido: los
objetos, digo. Las ilusiones, unas nos las han arrancado a golpe de decepciones
y otras... por allí dentro están, algo descoloridas, pero manteniendo el
espíritu de aquella utopía cada vez más utópica, pero no por eso menos
deseable: ¡Ni dios , ni amo, ni patrón!
Malilla,
siete de marzo de 2021
Como siempre amigo, una vez mas me dejas encantado de leerte.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias, compañero del alma. Compañero.
EliminarGran historia y cuantiosos recuerdos que afloran después de leerte Ñao.
EliminarTambién nosotros quitamos los posters (aquellos que quitábamos con todo cuidado de las paredes del Barrio del Carmen) reivindicativos y subversivos. El acojono era grande y todas las precauciones pocas.
Y lo peor es que, después de tantas libertades conseguidas a golpe de lucha, acojonos y de los que se quedaron en el camino (Valentìn, ni olvido ni perdón), cuarenta años después lo que no consiguieron con violencia lo están consiguiendo "democráticamente" desde las instituciones.
EliminarEs lo que tienen las "democracias repletas" repletas de.............
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