Javi y Alejandro
Su infancia y adolescencia transcurrieron en el pueblo.
Supongo que ayudando al abuelo Gerardo en el campo. No conocí al abuelo otro
oficio que el de labrador; aunque algo me contaba mi padre sobre que, a veces,
lo acompañaba a Navalcarnero, Almorox o Torrijos, puede que a las ferias de
ganado o a vender, tirando del ramal del burro, los productos de la cosecha.
Y con ellos lo ubicamos en la Batalla del Ebro. Puede ser
en Belchite le hirieron gravemente. Le dieron por muerto durante unos días
hasta que, cuando iban a lanzarlo a una fosa común, detectaron que el cuerpo
estaba caliente y respiraba. Según el relato de tía Lucina, una de sus
hermanas, la familia también le daba por muerto a la vista de la falta de
noticias (suyas o de los militares) sobre su paradero. Hasta que por alguien
del pueblo supieron que lo habían evacuado a Toro y que allí se estaba
recuperando. La abuela Matilde y la tía Lucina viajaron a la ciudad zamorana a
hacer compañía al herido. Como consecuencia de la herida perdió una costilla,
la cual, se decía en la familia, que se la habían reemplazado con una de
platino. Pero, permitidme que lo dude. ¡De platino? ¡En aquella época
miserable?
Al terminar la cosa tenía veintidós dos años, tres de
ellos de batallas, y una medalla de Caballero Mutilado por la Patria --pomposo
título nunca remunerado, por cierto. Sin embargo, como que el 39 era el año de
su quinta, lo enviaron a Melilla, a hacer la mili en un cuerpo del ejército al
que llamaban ‘los regulares’. Él hacía el chiste de que no era ni bueno ni
malo, por qué los buenos van al cielo, los malos al infierno y los regulares a
Melilla. Tres años más de servicio a la patria. Las patrias son insaciables.
Libre al fin de uniformes y gracias a la mutilación
premiaron la pérdida de su juventud --y de la costilla-- con una portería con
derecho a vivienda. Esto daba techo, pero no comida. Y tuvo que buscar otro trabajo.
Lo encontró como acomodador en el cine Fígaro. Pero en la Nueva España se debía
demostrar pureza de sangre en todo momento. No valía la demostrada adhesión al
régimen. No era suficiente la mutilación. El sindicato (vertical) del
espectáculo de Madrid --como todos-- lo controlaba Falange. Y, para poder
trabajar, Alejandro tuvo que hacerse falangista.
Como el Karma todo lo devuelve, en una visita que Alejandro hizo a la familia recién valencianizada se enamoró de una chica morena, vecina de la hermana. Se casaron el 8 de septiembre de 1951.
Después de mucho intentarlo, y gracias a la mierda esa de
Caballero Mutilado por la Patria, a Alejandro le concedieron una vivienda
social. Salíamos de la penumbra del sótano para disfrutar de la luminosidad de
un tercer piso, con vistas al horizonte. Huíamos de una vivienda hecha de retales
para ir a una con tres habitaciones, comedor, cocina y baño... ¡con ducha! Abandonábamos
el barrio más elegante, exclusivo y céntrico
para ir a parar al Gran San Blas, una de estas barriadas creadas por el
franquismo a lo ancho del estado para dar cobijo a familias pobres,
inmigrantes, ex combatientes de la Guerra Civil y refugiados de Sidi Ifni,
Fernando Poo y otras colonias africanas, situado lejos de las afueras de un
Madrid que crecía desmesuradamente. San Blas cobró fama inmediatamente por la
inseguridad, por la droga y, sobre todo, por ser uno de los barrios más
reivindicativos del país, gracias a la solidaridad de sus habitantes, que
enseguida se dieron cuenta de que los habían enviado a un gueto, lejos de todo,
sin transporte público, sin servicios, sin infraestructuras y en unas viviendas
de dudosa calidad.
Bueno, pues ya tenemos a los González Ramírez engrosando
el paradigma de familia de clase media: inmigrantes que se instalan en la
ciudad y poco a poco salen de la miseria, y alcanzan las comodidades que la
sociedad capitalista pone a su alcance, por tal de mantenerlos siempre en
deuda. Encarna cose y cuida del hogar. Alejandro se mata a trabajar. Paco y Ana
van a la escuela y empiezan a tener nuevas amistades. Encarni, muy pequeña, en
casa con la mamá.
A pesar de todo, nuestra vida había mejorado. Nos adaptamos perfectamente al barrio, en el que también vivían el tío Perico y la tía Chelo, ya casados y con un par de hijos, lo que permitía la ayuda mutua de las dos familias. Raro era el día que no compartíamos el aperitivo. Perico hacía su silbido característico y al instante mi madre dejaba lo que tuviera entre manos y ya estábamos en el bar de abajo. Mis padres eran de aquellos que consideraban que la vida es para vivirla y no ahorraron nunca una peseta. Y bien que hicieron: el destino les deparaba la peor putada que nunca podían imaginar.
Seguramente, ese día mi padre me llevó a la escuela.
Seguramente me dio un beso y seguramente me dijo: Javi si no vengo a recogerte,
vente tú solo. Y como no vino, seguramente Javi volvería solo. Mi padre es la
única persona que me ha llamado Javi.
Horas después vi como la introducían, ya totalmente
inerte, en un vehículo; como mi madre por una puerta y Perico por la otra
entraban precipitadamente. El coche se alejó. La tía Chelo, llorando, me
apretaba la mano.
Alejandro González Lucas se murió el 9 de marzo de 1964.
Nueve meses después de estrenar una nueva vida en una nueva casa en un nuevo
barrio.
Malilla, quince de marzo de 2021
Una vez mas nos trasladas a tiempos pasados que al leerte se hacen mas cercanos, casi como si los hubiéramos vivido. Y la tristeza de una perdida tan grande al comienzo de una nueva vida.
ResponderEliminarHa sido un duro ejercicio. Me he quedado muy triste.
EliminarSupongo que para eso sirve escribir: para sacar mierda de dentro.
Duro, Paco...
ResponderEliminarPrecioso y duro...
Gracies amic
Gracias a ti, por tus opiniones y tú apoyo.
EliminarUf, qué duro, Paco, pero cuabra ternura desprende al mismo tiempo. La pérdida, que nunca abandona.
ResponderEliminarUf, qué duro, Paco, pero cuabra ternura desprende al mismo tiempo. La pérdida, que nunca abandona.
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